No podemos negar que la durabilidad de los productos utilizamos es muy importante desde el punto de vista ambiental. Como hemos visto en otras ocasiones, hasta la segunda mitad del siglo pasado los equipos y bienes de consumo se consideraban algo que debía durar ya que se invertía mucho dinero en ellos y debían estar en uso tanto tiempo como fuera posible.
Pero fue en los años XX del siglo pasado cuando se empezó a fraguar lo que conocemos en la actualidad como la obsolescencia programada.
Podemos definir la obsolescencia programada como el intento por parte del fabricante de un bien de reducir el ciclo de vida de un producto para que el consumidor se vea obligado a adquirir otro similar
Uno de los primeros en estudiar este fenómeno fue Vance Packard en su obra The Waste Makers. En ella podemos encontrar la una clasificación por tipos de la obsolescencia programada.
Obsolescencia de función
Se da cuando un producto sustituye a otro por su funcionalidad superior.
Obsolescencia de calidad
Se da cuando el producto se vuelve obsoleto por un mal funcionamiento programado.
Obsolescencia de deseo
Ocurre cuando el producto, aun siendo completamente funcional y no habiendo sustituto mejor, deja de ser deseado por cuestiones de moda o estilo, y se le asignan valores peyorativos que disminuyen su deseo de compra y animan a su sustitución.
Obsolescencia incorporada
La primera de ellas, podría fácilmente ser considerada como un delito, ya que provoca un perjuicio económico a los usuarios que adquieren el producto con expectativas de duración y disponibilidad. Es fuente de controversia y es la forma más tratada en todas las fuentes de información.
Obsolescencia psicológica
Un gran número de electrodomésticos, no duran tanto como en el pasado, Además los fabricantes promueven nuevos productos en función de la moda y el lujo, haciendo que los modelos anteriores no sean atractivos.
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